Autoagresiones y Agresiones Por:Daniel
Comin:
Las
conductas lesivas están muy relacionadas a las conductas desafiantes. Podremos
encontrar autoagresiones, agresiones a terceros o ambas combinadas. Lo primero
que hay que definir es si ésta conducta está relacionada con un berrinche o un
ánimo de demanda de atención, o si está relacionada con factores ligados a una
frustración, dolor, u otros aspectos relacionados con el trastorno. En el caso
de estar relacionado con una conducta de tipo “chantaje” o demanda de atención estaremos
ante una situación con un manejo diferente y que ya se abordó en la serie de
artículos “Berrinches, rabietas y pérdidas del control. Manejo Emocional en
niños con autismo”.
Descubrir
el origen de una autoagresión a veces puede ser más complejo de lo que a priori
pueda parecer, por ejemplo, veamos el caso de un niño que jamás a presentado
este tipo de conductas y un día empieza a golpearse la cabeza, primero con las
manos, posteriormente contra la pared. Sus conductas cambian de golpe. El niño
empieza a recibir medicación psiquiátrica con la intención de rebajar estas
conductas. En vez de reducirlas se aumentan. 11 días después el oído derecho
empieza a supurar. El niño presentaba una infección importante en uno de sus
oídos, su incapacidad de comunicar esa situación no permitía conocer el origen
de la misma y no se tuvieron en cuenta otros posibles factores detonantes de
esas autoagresiones. Una vez se trató la infección, el dolor cesó y la
autoagresión también. Es decir, el origen puede ser múltiple, ya sea por
factores individuales o combinados.
En
determinados casos, el niño se autoagrede como un proceso de autoestimulación,
se golpea contra la pared mientras se balancea, una estereotipia con una
conducta autolesiva, el niño no siente dolor propiamente dicho, si no una
estimulación. En otros casos se muerden las manos, algunos se arrancan
cabellos, pestañas, cejas,…, las posibilidades son amplias.
Encontraremos
casos donde la conducta autolesiva tenga un momento o situación
determinada. Ya sea por un sonido concreto o una situación específica, que
actúan como un detonante de una especie de ataque de furia, donde hay una
pérdida completa de autocontrol, incluyendo el producirse daño a sí mismo y a
terceros.
En
la agresión a terceros, las conductas agresivas también pueden presentarse de
formas muy diversas, desde formas de agresión aprendidas (sí, aprendidas, ya
sea en el núcleo familiar, el colegio, …) a formas de agresión espontáneas. Un
ejemplo claro es el niño o niña que golpea con la mano ante cualquier acción
que no sea de su agrado. Esta actitud de pegar, aunque sea sin gran fuerza y
sin que a priori parezca presentar un riesgo de agresión elevado, es una
agresión en cualquier caso. Hoy es un pequeño cachete, mañana quizá la cosa sea
más grave. Curiosamente, este tipo de acción suele ser aprendida, ya sea por el
“cachete” correctivo que ha recibido y que ha interpretado de forma incorrecta
(Nunca peguen a un niño para corregirle, pegar implica tener la fuerza, no la
razón).
En
la agresión a terceros también nos encontraremos lo que yo denomino “el
salvamento del ahogado”. Cuando recibes formación de salvamento en el agua, uno
de los mayores peligros a los que te enfrentas es precisamente la persona que
se está ahogando, cuando llega el socorrista, el mayor peligro que corre es que
la “víctima” le golpee o le agarre con tal fuerza que provoque un desastre
mayor, llegando incluso a provocar el ahogamiento de ambos. En el caso que nos
ocupa puede suceder algo similar, la persona que en ese momento está en plena
crisis, no es capaz de darse cuenta que quien acude en su ayuda va precisamente
a eso, a ayudarle, y en esa especie de “ahogamiento” emocional, la emprende a
golpes contra su “salvador”.
Otra
opción es que se use la violencia contra terceros como un apoyo o refuerzo a
los deseos, por ejemplo, no quiero hacer tal o cual cosa porque no me gusta, y
dado que no tengo suficientes herramientas de manejo emocional ni de comunicación,
la saturación desemboca en un episodio de violencia contra terceros, y a partir
de ese momento, eso que no quería desaparece. Y esa actitud se refuerza con el
paso del tiempo (pudiendo agravarse hasta niveles muy peligrosos), de forma que
la persona entiende que cuando no quiere algo debe de agredir al otro (u otros)
y consigue salirse con la suya. Es como un berrinche pero llevado a sus máximas
consecuencias.
También
nos encontraremos con casos de destrucción del entorno, generalmente acompañado
con agresiones. Tirarlo todo, romper mobiliario o cualquier objeto que exista,
en un ataque de ira incontrolada y con un propósito no siempre definido. Por
una parte descargar la ira contenida, consumir adrenalina, quemar esas
“energías” que se acumularon de forma súbita y conseguir diversos propósitos:
Después de la tempestad viene la calma, mucha gente cuando se enfada necesita
gritar, o dar golpes a las paredes, o irse fuera del lugar donde estaba y
caminar (generalmente a paso marcial) para poder calmar esa sensación, nuestros
principio sociales y educación nos frenan a la hora de agredir al otro.
Las
conductas agresivas son muy comunes entre animales sociales, donde las propias
jerarquías se establecen en base a modelos agresivos, aunque raramente
mortales. Existe una especie de regulación química de las emociones, donde ante
una acción determinada la reacción se mide con una agresividad tasada. Este
hecho se observa habitualmente entre lobos, donde vemos como aunque existan
agresiones entre ellos no es muy habitual ver peleas a muerte, uno de ellos
muestra señales de sumisión y el otro cesa en su agresión, como en un modelo
basado en una impronta genética de control de la agresividad. Con la diferencia
que aquí los mecanismos de regulación no están funcionando y la agresión no
presenta un control. Es decir, entre los lobos, las respuestas de
acción-reacción ligadas a la agresión tienen unos límites marcados, entre los
seres humanos hay unos límites sociales y culturales que marcan estos límites,
hasta que la persona que presenta esa conducta, no siempre tiene claros los
límites.
Principio
de incertidumbre conductual
Ante
tal cantidad de posibles variaciones, situaciones y reacciones, nos movemos en
un principio de incertidumbre, el cual podríamos definir como “la evaluación de
las diferentes conductas desafiantes en base a un modelo ecológico y que se
resuelven con unas intervenciones predefinidas, aunque el modelo de medición
usado para la evaluación varía en función del propio modelo ecológico,
generando un nivel de variabilidad tan grande como número de personas” En pocas
palabras, que no existe una sola respuesta, sino tantas respuestas como
personas. De ahí que a veces la intervención sea tan compleja, o tan fácil.
Cuando
la persona tiene una conducta desafiante, la primera intención debe ser
finalizar en el menor plazo posible esa situación, pero realmente, la
intervención para que estas conductas no se den se realizará en un momento
diferente, donde la persona esté receptiva. Realizar un análisis completo nos
ayudará a definir mejor en qué áreas vamos a trabajar con la persona de forma
que evitemos que este tipo de situaciones se repitan en un futuro, o, que estas
desaparezcan de forma progresiva. Debemos de ser conscientes que cada persona
puede requerir de enfoques diferentes, pero lo que no debemos es pretender
eliminar las conductas desafiantes cuando estas se dan, eliminaremos las
conductas desafiantes evitando que éstas se produzcan, de forma que deberemos
dar a la persona estrategias, disciplinas, herramientas, modelos de
comunicación.
Por:Daniel
Comin
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