El
largo camino de la amargura a la felicidad
(Léelo , te puedes identificar con su autor)
Cuando uno tiene un hijo, siempre piensa en positivo, en que le
dará lo mejor, procurará que no le falten las cosas que sus padres no pudieron
tener, que ojalá sea médico, o astronauta, en fin, deseos.Pero un día todo ese
horizonte se oscurece, como en una larga noche polar. Tu hijo empieza ha
comportarse de forma “anormal”,
a salir a toda velocidad del camino previsto.Uno piensa siempre en algo
temporal, médicos, revisiones, pruebas, etc, un proceso de angustia largo en
busca de la solución del “problema”.
Tu hijo es como un Gremlin sádico.
Una especie de regalo del mismo Satanás. Ir a ningún lado con él es todo un
drama, gritos, berrinches, carreras, en fin, todo un cúmulo de conducta
horrorosa. Es todo muy difícil, la hora de la comida es otro
suplicio más, las noches en vela, los nervios, el resto del mundo te mira de
reojo con cierto desprecio, mil miradas se clavan en tu espalda de forma
dolorosa.
Con tu pareja, buff, desavenencias, nervios, gritos, tensión
continuada. Por si no tuviésemos bastante con nuestro hijo, nosotros aderezamos
la situación con mucha más tensión, por tanto, ¡TODOS de los nervios!
Llega el autismo, el rechazo al síndrome, la búsqueda del
culpable, más tensión. ¿Qué hacer? Buscas la “solución”, esa que
sabes que no existe. El autismo no tiene solución te dicen, mientras tu vástago
está dando berridos y tirado por el suelo en plena fase de posesión infernal.
Hoy tiene un mal día, sus estereotipias se han disparado, su mal humor va en
aumento, los gritos están en el aire. Pero no existe un Padre Merrin que
armado de biblias y salmos libere a tu hijo de esa posesión. Claro, es que no
está poseído, tiene autismo.
Empiezas a estudiar como si te fuera la vida en ello, vas de un
sitio a otro buscando el mejor tratamiento, la píldora milagrosa. Una búsqueda
infructuosa, cara, desalentadora, depresiva. Llega la amargura, como un
batallón de húsares, que a la carrera arrasan hasta el más pequeño rincón de tu
espíritu y el de los que te rodean, así de generosa es la amargura.
Esta amargura, que trae varios amigos, llamados frustración,
infelicidad, depresión, nervios, tensión, ansiedad, …, pero sobre
todo trae algo terrible, el conflicto del amor.
El amor hacia nuestro hijo se vela de forma continuada, el
sentimiento de “mi hijo me
está jodiendo la vida” se apodera de nuestro ser, a su vez, la
brecha entre la pareja se hace cada vez mayor. No sólo el amor hacia nuestro
hijo sufre vaivenes, también hacia nuestra propia pareja. Luego viene la culpa,
la vergüenza, ¡cómo podemos no amar de forma incondicional a nuestro hijo! Y el
crack emocional se agrava.
Y para colmo, siempre aparece el típico optimista (lo reconozco, soy uno de ellos)
que te dice, no te preocupes, esta es sólo una fase, con buenas terapias,
buenos profesionales, mucha paciencia y mucho amor todo pasa. ¡Los cojones!
Piensas, ¿dónde coño están esos buenos terapeutas?, los únicos que conozco no
los puedo pagar o están a 500 kilómetros de mi casa. Y claro, cada vez que el
optimista (que tiene que estar forrado de pasta seguro, sino, ¡de qué otra
forma tiene tantas terapias y avances su hijo!) habla de la importancia de las
20 horas semanales mínimas de terapia, de que si esta prueba o aquella, que si
la estimulación sensorial (¡estimu que!, se lo dije a la pediatra y me dijo
¡que no me metiese en sectas!) se te pone el cuerpo del revés. Y además de
estar amargado te deprimes, ¡cojonudo, éramos pocos y parió la burra!
Y claro, los problemas crecen, cada día que pasa es peor que el
anterior, es como vivir en el peor Gulag de Siberia, con la diferencia de que
el carcelero se parece mucho a nuestro hijo.¿Cómo romper este circulo vicioso
de amargura? Porque fácil no es, eso está claro, pero a fin de cuentas cada día
hay más optimistas, ¿qué pasa, le ha tocado la lotería a todo el mundo menos a
mi? Mi hijo no avanza, o avanza poquísimo, además para cada prueba que hay que
hacerle es todo un martirio familiar, no olvidemos que además del esfuerzo
emocional, que es muy elevado, tenemos un esfuerzo económico, que no siempre
está al alcance de todos, bueno de los optimista si. Fulanita me contó que hay
unos tratamientos (carísimos por supuesto) que son geniales, pero luego leo que
otra gente dice que no lo son tanto que da igual si lo sigues o no, los
resultados son los mismos. Luego veo que los optimistas, nunca usan esos
métodos mágicos.
¡En qué quedamos!
¡Yo quiero ser optimista! Pero no sé cómo hacerlo.
Llegados a este punto de bloqueo, es el momento de romper con
las diferencias, que en realidad no las hay. Los optimistas también las pasaron
canutas, pero supieron -ya sea de motu propio o con ayuda de terceros- romper
con el muro de la amargura y llegar a la felicidad.
Y ser feliz debe de partir de la premisa de no compararse con
los demás, cada uno decide qué le provoca felicidad y qué no, y eso es
subjetivo y un derecho de cada persona, ese albedrío para decidir
qué nos provoca felicidad y qué no.
No debemos entender que los optimistas se lo pasan bomba restregándonos
lo bien que les va, todo lo contrario, debemos de pensar que si ellos lo
consiguieron nosotros también podemos. Nuestros hijos no nos joden la vida,
para eso nos bastamos nosotros solos, conozco a mucha gente que se jode la vida
sin la ayuda de nadie. Tampoco es cuestión de ponerse en plan conformista, no
creo que esa sea la vía.
Al final, cada uno encuentra la manera de superar las barreras
autoimpuestas. Luego vienen los frutos, da igual la dureza con la que el
autismo ataque a nuestros hijos, si tiene o no retraso mental, si tiene
epilepsia o no, eso es irrelevante. Si nosotros conseguimos esa paz, la
transmitiremos y nos daremos cuenta de que al final, son nuestros hijos los que
nos enseñan a nosotros. A mí, mi hijo me ha enseñado a ser mejor persona, a
discernir en las pequeñas cosas. ¡Que poco le estoy enseñando yo a él!
Daniel Comín
(Papa de Daniel )
http://autismodiario.org/2009/01/12/el-largo-camino-de-la-amargura-a-la-felicidad/